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Cuatro cajas de zapatos

 

Nunca nadie ha visto lo que hay dentro de esas cajas de zapatos. Piensan que solo hay eso: zapatos usados, como en las demás cajas. Pero en ellas están los sueños, las ilusiones, los desencuentros y las reconciliaciones de cuatro años de noviazgo. Los de una joven de veintidós años y del que hoy, cincuenta y siete años después, sigue siendo su gran amor.


Empezaré por el principio: 12 de septiembre de 1958. Ella acude a la Feria de Salamanca con sus amigas; charangas, novilladas, verbenas... Entre la muchedumbre se cruza con su primo, que trabajaba como ayudante de teniente coronel en el ejército, y le presenta a un compañero del cuartel. Un joven apuesto y elegante que desde un primer momento se fijó en esa chica de rizos traviesos.


Poco a poco se fueron conociendo. Él se fue ganando su cariño y ella, dejándose enamorar. En aquel momento, ninguno imaginaba que esa historia que empezó como un juego de adolescentes duraría más de medio siglo.


Las ilusiones de los primeros días crecían... Pero sus caminos no tardarían en separarse. Él se quedaría en Salamanca haciendo “la mili" y ayudando a sus padres en la panadería; ella derrocharía su dulzura con los niños de los colegios a los que fue trasladada: Béjar, Jerez de la Frontera, Topas...


Sin embargo, no estaban dispuestos a perderse. Fue entonces cuando ella se decidió a escribirle. A partir de ahí se sucederían los años separados por una distancia que solo las cartas permitían acortar. Una carta diaria…; un día él, al siguiente ella...

 

Él trataba de visitarla siempre que podía. A veces cada semana, otras cada quince días, y en el peor de los casos, pasaban meses sin verse; pero a pesar de ello, su amor no disminuía, y día a día media hoja de papel repleta de palabras, de sentimientos, mermaba el dolor que provocaba su ausencia.


Muchas fueron las veces que los jóvenes corrieron hasta el mismo tren correo para recibir cuanto antes la contestación de su amado. En algún caso, un fallo del servicio impedía que la correspondencia llegara a su destino; entonces comenzaban los enfados: escritos reclamando la carta que nunca llegó y respuestas con disculpas y
justificaciones. Cuatro años a base de cartas.


13 de junio del 62. Un disco solicitado, "En un bote de vela", y una última carta: "Para Lali, por su prometido en la víspera de su boda por haber sabido navegar tan bien en un bote de vela".


Distancia... Esa es la palabra que mejor define su situación durante todo ese tiempo. A pesar de que en muchas ocasiones pensaron que su relación iba a naufragar, ambos capitanes navegaron salvando los obstáculos de ese océano repleto de amor.


El bote aún no se ha hundido. Y hoy Lali , a sus setenta y siete años, todavía conserva a su "inolvidable Santiago". Día tras día amanece a su lado, agradeciendo lo afortunada que es por amar y ser amada; sintiéndose dichosa por haber formado una familia con aquel joven que supo enamorarla. De vez en cuando, ella abre esas cuatro cajas de
zapatos y, emocionada, va leyendo, una a una, todas las cartas que se escribieron. Cartas llenas de un amor que aún permanece.

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